Siempre se ha afirmado que la grandeza y perdurabilidad de la obra dramática de William Shakespeare estriba en su capacidad de reflejar sobre el escenario las pasiones humanas más universales y eternas (el amor, los celos, la duda, la ambición...). En Hamlet se cumplen debidamente estos requisitos en la figura del desgarrado, dubitativo y vengativo príncipe de Dinamarca que deambula por los fríos pasillos de la corte de Elsinor.
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